Las dos caras de la Sevilla barroca

La Sevilla barroca no se entiende sin su actividad científica e industrial

EDICIÓN IMPRESA
ISBN: 978-84-472-1982-7
Referencia: 492321
Año de Publicación: 2019
Páginas: 768
Formato: 17 x 24 cm.
Encuadernación: Rústica
Edición: 2ª
Colección: HISTORIA
Nº: 321

En el libro Sevilla Barroca y el siglo XVII (2ª Edición revisada y ampliada), Manuel Castillo y Joaquín Rodríguez se adentran en una centuria en la que la ciudad pasó de ser la puerta de América y (prácticamente) la capital del Imperio español a ocupar un oscuro segundo plano y que poco a poco se fue desmoronando.

No hay que olvidar que, en ese periodo, Madrid era la capital política, la sede de la corte, pero Sevilla seguía siendo la capital del Imperio Español. El lugar donde se daba cita la intelectualidad y cuyo decorado servía de inspiración a las más importantes obras literarias, a la vez que por sus calles se veían los personajes más oscuros y harapientos de la sociedad de la época.

Sin embargo, durante el siglo XVII, la ciudad pasó de ser la puerta de América a un segundo plano, debido, sobre todo, a que no disponía del poder político. Sevilla era el escaparate, pero las decisiones se tomaban en Madrid.

A pesar de ello, como suele ocurrir en las ciudades que han llegado a la cima, y más si están en fase de decadencia, se divertía de forma presuntuosa. Por un lado, se construían grandes palacios y casas de órdenes religiosas y se organizaban fastos reales, mientras que por otro están los autos de fe, las escaramuzas de los indisciplinados soldados y la presencia de toda clase de pícaros y vividores varios.

La Sevilla barroca no se entiende sin su actividad científica e industrial, como bien desgrana el profesor Manuel Castillo, reconocido historiador de la Ciencia. La naval, tan importante en el siglo XVI, fue a menos en la siguiente centuria, pero continúan ocupando un lugar importante la Universidad de Mareantes, la fábrica de Artillería que pasa a ser la Real Fundición de Cañones y la Casa de la Moneda.

Pero resulta imposible aproximarse al siglo XVII sevillano sin entrar de lleno en la religiosidad. De eso se encarga, Joaquín Rodríguez, que destaca que los poderes civil y eclesiástico utilizaron la religión para controlar y dirigir los cambios sociales. Además, los artistas y gran parte del pueblo dependían del arzobispado, a los que lógicamente se veía como un benefactor. Con todo ello, la ciudad era vista como el prototipo de ciudad-monasterio por la gran presencia de clérigos, órdenes y fundaciones religiosas.

Por lo que respecta a la religiosidad popular se ritualiza la muerte y se potencia el culto a las Ánimas del Purgatorio, los santos, las imágenes y las reliquias. En este siglo experimenta un gran auge en la Sevilla barroca el dogma de la Inmaculada Concepción y la devoción a la Virgen del Rosario.

Se potencia el culto a las Ánimas del Purgatorio, los santos, las imágenes y las reliquias