Amancio Prada, Premio de Cultura US
Premio de Cultura
Para mí, es un honor que este premio me sitúe en la estela de la esgrima literaria de Arturo Pérez Reverte, de la mirada serena y contemplativa del paisaje de Carmen Laffón, la elevación del baile de María Pagés, Carlos Álvarez, Gordillo…. Curro Romero. Me da una alegría enorme este premio. Me sorprendió al principio, pero lo interpreto como la consecuencia de toda esta relación amorosa que tengo con la ciudad y con la Universidad. Me alegra mucho que en este premio se unan esos dos nombres: Universidad y Sevilla.
Llega a París en julio del 68, compra una guitarra con el dinero de un concurso y se matricula en La Sorbona. ¿Fue su primer contacto con la Universidad?
El primero, y me encuentro una Universidad muy abierta. En el 68 crecía una Universidad que rompía con la rigidez del mundo universitario. Me encontré en La Sorbona una serie de profesores que en cualquier materia tenían unos seminarios muy profundos y amenos por gente muy puntera. A mí me interesaba la sociología rural porque mis padres eran agricultores, como todos mis antepasados, y tenía una gran preocupación por El Bierzo.
¿Tienen los jóvenes de ahora sensibilidad para escuchar poesía?
La sensibilidad es la misma de antes, una vez que el público joven siente el impulso de acercarse, la reacción es entusiasta. Saben muy bien quien es Rosalía de Castro, quienes son los otros poetas. En mis años de juventud había un clima de acercarnos a todo tipo de acontecimientos, dentro y fuera de la Universidad. Pienso que cualquier carrera que uno estudie debe tener un conocimiento más amplio, completado con otros conocimientos. En el arte a un músico también le interesa el teatro, la poesía, la pintura… la Universidad no debería ser un conocimiento cerrado, sino universal
¿Cuál es la mayor diferencia entre la poesía del norte y del sur? ¿Se pueden encontrar vínculos o es una visión diferente del mundo?
En 1916, cuando Federico García Lorca tiene dieciocho años, realiza un viaje de estudios con otros cuatro alumnos de la Universidad de Granada, acompañados por el profesor de Literatura y Artes Martín Berrueta. Este viaje los lleva desde Granada a Madrid, Ávila, Zamora, Salamanca… y Santiago de Compostela. Tras ver en Santiago la Catedral y la ciudad, Lorca, en un paseo por el Parque de la Alameda, recoge unas flores y se va a la otra punta de la ciudad, al Monasterio de Santo Domingo de Bonaval a dejar esas flores ante la tumba de Rosalía de Castro, que había fallecido en 1885. Estaba allí enterrada inaugurando el Pabellón de Gallegos Ilustres. Cuando vuelve a Granada. Lorca escribe un poema que demuestra la profunda admiración que sentía por Rosalía, a quien llamaba ‘mi hermana en tristeza, el ángel mojado de Galicia’. Y posteriormente escribió seis poemas en gallego. La gente se emociona en París, Cádiz o Lugo, porque el poeta tiene que tener raíces, pero tiene también alas. Y cuando más profunda son esas raíces, el tronco que crece más robusto y se extienden más sus ramas.
En el arte a un músico también le interesa el teatro, la poesía, la pintura… la Universidad no debería ser un conocimiento cerrado, sino universal
¿Recuerda su primer viaje a Sevilla?
Perfectamente. Con ‘La música callada de San Juan de la Cruz’ vine a Sevilla por primera vez en el verano de 1977 para traerle ese disco, recién grabado, a mi amiga Lola Atance, Lola la Titiritera, que colaboraba con el Teatro del Mediodía. Me acompañaba en el tren otra amiga, Carmen Martín Gaite. Ambas habían sido testigos de cuando estrené el ‘Cántico’ en sábado de Gloria de 1977 en la Iglesia románica de San Juan de los Caballeros. Pocos años después volví para cantarlo en la Iglesia del Sagrario de la mano de la Universidad de Sevilla, a mediados de los 80. Y así, de forma espontánea se va desarrollando en vínculo con la Universidad. La actuación posterior en la Iglesia del Sagrario, el homenaje a Agustín García Calvo en Filología, el concierto sobre los trovadores galegos del siglo XIII en el Pabellón de Portugal, la presentación del disco de Bécquer en la Anunciación… por todo ello agradezco a esta ciudad por todo lo que me ha dado y me exijo a sacar de mi lo máximo a nivel musical e intelectual
¿Cómo llega usted a Gustavo Adolfo Bécquer?
Como tantos adolescentes, fue el primer poeta que leí. Poemas como ‘El salón en el ángulo oscuro’ o ’El arpa’ calan en cualquiera porque tocan las cuerdas del corazón. Yo tenía 17 años y mis primeras canciones fueron con poemas de Rosalía. Pero también hice un tema con el poema ‘Las golondrinas’ de Bécquer, con los pocos acordes que sabía a piano. Como yo viajaba siempre con la guitarra, ese tema quedó ahí aparcado. Muchos años después, en el 2005, preparando un programa que se llamaba ‘Poetas Mirando al Sur’, me acordé de esa canción y la interpreté por primera vez, junto a temas de Juan Ramón Jiménez, García Lorca y María Zambrano. Hace unos años, ya en Sevilla, volví a interpretarla en la Iglesia San Luis de Los Franceses, y el entonces decano de Filología Javier González Ponce me invitó a dar un concierto en el Pabellón de Portugal. Ahí pensé en que debería hacer algo más por Sevilla… y me acordé del poema ‘Qué solos se quedan los muertos’, tan estremecedor… como un presagio de lo que vendría después con la pandemia.
¿Y de ahí surgió la idea de hacer un disco?
Ya me habían invitado del CICUS para preparar un concierto sobre Bécquer. Durante la pandemia volví a releerlo tranquilamente, durante el confinamiento, y en plena naturaleza empezaron a brotar las canciones. Compuse otros diez temas. Entonces tuve claro que podíamos hacer un disco, que fue presentado en la Iglesia de la Anunciación, donde la presencia de los huesos del propio Bécquer y su hermano Valeriano le añadían una emoción especial.
En mis años de juventud había un clima de acercarnos a todo tipo de acontecimientos, dentro y fuera de la Universidad.