El profesor Francisco Merchán acoge a una familia ucraniana

Francisco Merchán y su mujer partieron el 9 de marzo en su furgoneta en dirección a la guerra. Un viaje de siete mil kilómetros en cinco días para realizar entrega de material sanitario y recoger a tres familias al otro lado de la frontera.

Tres madres con niños de cuatro y diez meses, y ocho y doce años hicieron con ellos el camino de vuelta dejando atrás a sus esposos, y el mundo que conocían hasta el momento hecho escombros.

Francisco Merchán Ignacio realiza sus estudios entre París y Sevilla, licenciándose en Farmacia en 1999 con el Premio Extraordinario de Licenciatura. Posteriormente inicia la tesis doctoral en el Departamento de Microbiología y Parasitología de la Facultad de Farmacia de la Universidad de de Sevilla, donde es profesor titular desde 2014. Es bilingüe castellano-francés y domina la bioinformática. En la actualidad dirige un grupo de investigación centrado en la economía circular y el aprovechamiento de residuos agroalimentarios para la producción de polímeros.

¿Cómo tomasteis la decisión de emprender ese viaje?
Fue una reacción instintiva de padre. Salimos el 9 de marzo, pero desde el fin de semana anterior estábamos escuchando las noticias del éxodo de las familias con temperaturas de menos siete grados… Y ése fue el empujón que necesitamos para dar respuesta a la pregunta que te haces desde el principio de la guerra: ¿Por qué no hacemos algo? Ese mismo domingo me puse en contacto con otro voluntario y a través de la Iglesia Ucraniana nos localizaron a cuatro personas, dos madres con dos bebes a las que había que recoger en Cracovia. Después en la asociación de voluntarios ucranianos nos asignaron otra familia. Por tanto, sabíamos dónde entregar la mercancía que nos dieron, y a quién o dónde teníamos que recoger.
¿Cuánto tardasteis en coordinarlo todo?
Tres días. Nos fuimos con mi furgoneta particular, que tiene nueve plazas, lo que nos daba la posibilidad de traer a siete personas. Hicimos en un taller la revisión mecánica para no tener incidencias, organizamos dónde dejar a los niños, la ruta del viaje, qué llevar, qué traer… Nos trajimos a las dos madres con sus dos bebes, de 4 y 10 meses, y también trajimos a Svetlana con sus dos hijos de ocho y doce años por lo que las siete plazas quedaron completas. Mi mujer y yo nos turnamos en la conducción.

Puede que no podamos reemplazar lo que han perdido, pero el acogerlos en casa e integrarlos en la vida familiar permite amortiguar el golpe del desplazamiento por la guerra


¿Qué ha sido lo más duro del viaje?
En total fueron siete mil kilómetros en cinco días completos, pero todo fue muy bien. Pudimos dormir antes de iniciar el viaje de vuelta, y también pasamos una noche en un hotel en Francia para que los niños pudieran aguantar un viaje tan largo. Lo llamativo es que ninguno de los niños preguntó cuando íbamos a llegar. Pero tengo una pequeña astilla, porque cuando estábamos en la frontera para la recogida, una persona, una mujer, nos preguntó si teníamos una plaza para venir a España. Le dije que ya íbamos completos, fui a buscar a otro cooperante con furgoneta, que iba a Barcelona, y cuando volví a buscarla, ya había desaparecido. Ella quería venir a España y no pude ayudarle. Siempre deseas hacer más de lo que haces…

¿Tuvieron problemas en la entrada a Ucrania?
Cuando llegamos a la frontera, a Medyka, íbamos a descargar en un almacén que estaba lleno, y nos comentaron los problemas que tenían para que el material fuera a Ucrania porque no podían salir camioneros ucranianos a recogerlo. Así que decidimos pasar la frontera nosotros. Tras un montón de controles, incluido el de la frontera polaca que fue un poquito excesivo, pasamos a zona internacional entre los dos puestos fronterizos, y ahí los propios ucranianos nos lo recogieron todo y nos facilitaron el poder volver a Polonia sin tener que pasar por la inmensa cola de ucranianos que querían salir.
¿Os entendíais bien?
La gente es muy simpática, no hablamos ni ucraniano ni ruso, pero no nos hizo falta. En Medyka, en el centro de acogida de refugiados estaba todo muy organizado. Es un polideportivo donde llega material de toda Europa. Por la parte trasera se descarga la mercancía y los ucranianos llegaban por la parte delantera, que mira a la frontera. Es un goteo constante que va llegando de grupos de dos, tres, cuatro personas. Primero les dan de comer y a continuación la policía les toma los datos. El pabellón estaba lleno de camastros donde pueden descansar, pero no se pueden hacer fotos dentro, por respeto a la intimidad y el dolor de las personas que allí están. Había familias de todo tipo: niños, madres con lactantes, personas mayores… por eso no se deja hacer fotos.

Esveta no es capaz de tener proyección de futuro. No es capaz de pensar a largo plazo, sólo quiere volver a Ucrania a su casa al oeste de Kiev.


En un principio ibais a realizar sólo el viaje, pero finalmente habéis acogido a una de las familias…
Svetlana y a sus dos hijos, Diana y Zakhar, en un principio iban a casa de unos amigos, pero no tenían bastante espacio. Durante el viaje, que fueron muchos kilómetros, ya habíamos establecido relación con ellos, por lo que mi mujer y yo les propusimos que se quedaran en casa. Mis hijos comparten habitación, y el comedor lo hemos adaptado a un espacio triple donde tienen su independencia dentro de la casa. Los niños ya están escolarizados en Montequinto, en el colegio al que van mis hijos. En cuestión de una semana han podido incorporarse al colegio.

¿Cuál fue el momento más emocionante del viaje?
La descarga de material en Ucrania. En Polonia el puesto fronterizo es normal, una infraestructura moderna, como la nuestra, pero pasas al puesto ucraniano y ves que las infraestructuras son como retroceder 30 años. Además, había hombres y mujeres armados con fusiles y con mucho ajetreo. Fue un shock, y mi mujer se sintió muy insegura en ese momento al ver tanta gente con armas. Otro momento muy cargado de emoción fue en Medyka, cuando llegamos al campo de baloncesto que se había transformado en dormitorios y ver los distintos núcleos familiares. Y la colaboración permanente de los polacos, organizando la recogida y entrega de material, con la cocina abierta las 24 horas y tener siempre algo de comer caliente para los que van llegando. También fue muy emotivo ver personas de Madrid, Barcelona, alemanes, franceses… todos trabajando para lo mismo.
¿Piensa que se está haciendo lo suficiente para ayudar?
Supongo, pero entiendo que las organizaciones implicadas pidan a la gente que no tengas iniciativa propia. Es cierto que hay que tener cuidado con el tráfico de personas, pero también que la iniciativa particular es más rápida. En un momento de urgencia es lo que funciona. Dar un número de cuenta para que la gente aporte dinero no es la única solución, hay que compaginar las dos cosas, unos tienen la capacidad de organizar y otros la inmediatez. Desmovilizar o desmotivar a la sociedad civil no es lo correcto, porque las entidades profesionales no pueden cubrir todas las necesidades en una situación de emergencia como esta.
¿Cómo están Svetlana y sus hijos?
Al principio se vinieron abajo, pero cuando finalmente decidimos que se venían a casa, y teniendo edades similares a las de mis hijos, parece que se van integrando mejor. Nunca ponemos noticias de la guerra porque se alteran mucho, aunque lógicamente la madre sí que está más pendiente de las noticias y habla con su marido todos los días, que está en el frente de Kiev. Svetlana no es capaz de tener proyección de futuro. Es costurera y le hemos planteado tener una máquina de coser. Pero no es capaz de pensar a largo plazo, sólo quiere volver a Ucrania a su casa al oeste de Kiev.
¿Quieres añadir algo más?
Si, una reflexión que me hace mi mujer en relación a la acogida en familias. Puede que no podamos reemplazar lo que han perdido, pero el acogerlos en casa, integrarlos en la vida familiar, el que los niños hagan vida de niños, con amigos, coles, lo más cercano a la "normalidad", permite amortiguar el golpe del desplazamiento por la guerra.